Su corazón latía con tanta rapidez. Su diafragma
trabajaba arduamente, sus pulmones se inflaban y vaciaban como un pistón
neumático.
Estaba tirado contra una pared. Un ancho corredor se
extendía hacia adelante y daba a parar a la sala de estar. Donde se encontraba
el espejo. Detrás de él, la ventana estaba abierta y una brisa madruguera lo
hacía balancearse. El espectral reflejo de la luna recorría cada rincón de la
sala.
No quería abrir los ojos, ese chico, no iba a levantarse.
Su madre, su padre y su pequeño hermano, los tres estaban muertos en el salón.
Y el reflejante se mecía frente a sus cadáveres con aire de burla.
Tenía que cruzar la sala y pasar junto al espejo, para
así poder salir de la casa. Tenía que ser la única salida, puesto que las otras
puertas habían sido selladas por la ennegrecida manifestación del reflejo.
El espejo quería que pasara frente a él, deseaba ser provocado. Tendría que darle
pelea.
Recién comenzaba a anochecer. Las llamas crepitaban en la
chimenea y la familia se entretenía en la sala. La madre y el padre estaban
sentados junto con su hijo menor. En cuanto al mayor, se dirigía a la cocina
por el ancho corredor.
El espejo se imponía a sus espaldas y el reflejo de las
llamas en él se apagó. Acto seguido, la chimenea se vio sin la constante
ignición.
No tuvieron tiempo siquiera de preguntarse qué pasó. Un
chorro de negrura salió disparado de la intangible lámina del espejo, que ahora
parecía mostrarse en estado plasmático. Era como si un pozo de petróleo
estuviera emergiendo de él.
Toda la oscuridad confluyó en un punto hasta que una negra silueta se formó. Los brillantes ojos rojos, que parecían chorrear
sangre, robaron la atención del rostro. No podían verle la cara, solo sus
sangrientos fosos oculares.
Sus manos terminaban en puntas y éstas chorreaban
oscuridad líquida.
El padre se levantó y se lanzó contra la bestia. La madre
corría hacia el pasillo, mientras arrastraba al hijo.
Ambas garras chorreantes se clavaron en la zona inferior
al abdomen del padre. Luego, subió los brazos continuando los cortes, y toda su caja torácica quedó rajada.
Inmediatamente la bestia apareció en el umbral del
pasillo, cortándole el paso a la madre. De un zarpazo le rebanó el cuello, y
con una patada la mandó a parar al lado de la chimenea.
El pequeño quedó a los pies de la oscuridad, entendía lo
suficiente para tener miedo. Una patada en el rostro lo desnucó y lo dejó
tumbado metros más adelante.
Mientras que, atrás del monstruo, el joven pudo ver cómo
pasó todo. El espectro, se dio la vuelta
hacia éste. Se lanzó a correr y se diluyó en el aire mientras avanzaba.
Un escalofrío recorrió la columna vertebral del chico
cuando la oscuridad pasó a su lado.
Siguió de largo, y atrás todas las puertas se cerraron con firmeza. No
volverían a abrirse.
La bestia dejó de ser amorfa otra vez y apareció al final
del pasillo. Retrajo el índice repetidamente, para indicarle que lo siguiera.
Una blanca y brillante sonrisa, únicamente conformada por colmillos, se dio a
ver. Entonces, se esfumó dentro del espejo.
Ya había luchado contra los picaportes, gritado por
auxilio e incluso rasguñado las paredes en un intento por hacer un hueco.
Comenzaba a
rendirse y sabía que si no salía pronto no vería el amanecer. Entonces se
levantó y caminó con lentitud.
El miedo se inyectaba en las plantas de sus pies con cada
paso que daba.
Llegó al final del corredor, el salón se imponía ante él
y tuvo que cerrar los ojos. No entendía cómo, pero los cuerpos ya empezaban a
liberar aroma a podrido.
Se dijo que tenía que salir rápido, no podía perder ni un segundo. Se disponía a correr cuando la puerta de salida se abrió lentamente con un chillido
atronador.
Dudó unos segundos, tal vez estaba por hacer lo que el
espejo quería que hiciera.
Pero la libertad estaba a pocos metros. Tal vez tres
cuerpos eran suficientes, quizás lo dejaría ir.
Comenzó a correr, esquivó el cadáver de su joven hermano
y pasó al lado de su padre. Su zapato se enterró en el charco de sangre, y las
salpicaduras le mancharon las botamangas. Llegó a la mitad, a la misma latitud
que el espejo. Fue tan rápido.
No tuvo tiempo para sentir terror. Las tinieblas salieron como un chorro
impactante, y envolvieron al joven en segundos.
Luego se retrajeron al espejo, provocaron así un efecto de succión. La
puerta de salida se cerró de un portazo y los muebles del salón se vieron
atraídos hacia el laminado reflejante.
Al otro día, los diarios tenían en primera plana un
título erróneo: “Joven mata a su familia y escapa”.
Jule I Am
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